viernes, enero 14, 2005

MORFI

Hoy, pensé que, simple y sencillamente, el día trascurriría de forma normal. Pero, cuando uno finca expectativas en algo, siempre la ley de MORFI –ésta es mucho más peligrosa que la de Murphy– tiende a hacer de las suyas y te jode: cambia el curso de tus intereses. Desperté –no muy tarde ni muy cansado, digamos– aliviado y tranquilo, aproximadamente a las 9:35 de la mañana. Mientras mi cuerpo hacía el esfuerzo necesario para levantarse, mis retorcidas cavilaciones innovaban una delicada forma de convencimiento para hacerme creer que el día sería tan corriente como cualquier otro. Logré salir de la cama. Ejercicios de rutina: uno, dos, uno, dos… ¡Qué hueva! Terminé. Parecía ya estar plenamente consciente. Me dirigí al garaje para buscar el diario. Lo recogí. Al momento de levantar el periódico de entre sus conservadoras entrañas salió un librillo –casi cómicomágicomusical–. Tenía por título Vételo Creyendo. Supe –en una acto reflejo– al hojear (¿ojear?) el textillo que el día sería tan impredecible a partir de ese instante. Y, empezó a serlo justo cuando me detuve en unas líneas…

«Las cebras no son blancas con rayas negras, sino negras con rayas blancas.»

Mañana, si sacan el volumen dos de este libro, yo creo que nos avisarán que los tableros de ajedrez son negros con cuadros blancos y no blancos con cuadros negros.
La sorpresa de las afirmaciones no se detuvo ahí, siguió…

«La agresividad sexual de la rana-toro macho es tal que se aparea con todo aquello que se mueve.»

De ahora en adelante, al verme frente a una de estas ranas –que es muy probable que me las encuentre en una ciudad como el Defe– jugaré a las estatuas de marfil para no salir lastimado.
Era evidente que tenía deshacerme rápido de ese texto. Lo intenté una y otra vez. Los resultados eran nefastos. De entre las páginas salían oraciones cargadas de datos que parecían no tener ningún sentido: producto neto del absurdo. Sólo un dato más fue capaz de crear la desilusión por entero, hacer que aquel compendio se desvaneciera de mis manos junto con aquella estructura mental con la que había crecido…

«Los elefantes no le tienen miedo a los ratones, sólo les infunden temor los conejos y los perros dachshund.»

Así es… Viví engañado durante toda mi infancia, adolescencia y parte de mi vida adulta. Dumbo nunca tuvo miedo –aunque sea diminuto– a los ratones, muy al contrario, detestaba las liebres y los canes dachshund. ¿Qué me resta? Que me lo vaya creyendo… Sé –muy en el fondo– que este caos mental lo planeó MORFI.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Reflexiones o simples coincidencias de tu cabeza??? Muy buen articulo, me atrae tu manera de pensar. Monica Loeza (exalumna tae)