martes, enero 04, 2005

Los Nervios

Nervioso es el adjetivo preciso que he de emplear para calificarme en estos días. Soy incapaz de estar quieto o al menos de permanecer en reposo. Hay una extraña urgencia que está despertando cada una de mis dendritas, axones y demás complejos nerviosos. Este trémulo estado trae consigo un beneficio inigualable: me hace sentir vivo; pero, por otra parte –en una especie de dark side–, mi estómago está cargando las consecuencias: tengo una olla exprés en mi abdomen. Anhelaría un poco más de tranquilidad y paciencia… Sin embargo, quién puede hacerlo cuando uno siente que es el momento adecuado para actuar y que de no hacerlo la oportunidad puede desvanecerse. Cómo desearía que las cosas fueran un poco más sencillas y que se resolviesen como una simple suma o resta –o ya en un caso extremo como una multiplicación o una división de no más de dos o tres dígitos–. Pero, no… La existencia presenta muchas más variables y exponentes. La vida –extrañamente– siempre tiende a coagular una telaraña en nuestro camino. Nos pone en una fase frenética. Perturba nuestro ánimo. Y, entonces, a la de ahuevo más que por voluntad uno tiene que aguantarse. Uno termina reaccionando y no actuando. ¿Qué nerviosismo? ¡Qué nerviosismo! Tan conmovedor recorre mi dermis, mis grietas corporales y provoca un sofoco y clausura mi garganta cuando ésta debe hablar para decir lo que siento. Los nervios son animales salvajes que cuesta domesticar. Quisiera tenerlos dominados cuando platico. Las cosas suceden de otra manera. Si milagrosamente sale de mi boca una palabra seria y profunda –parajódicamente– saltan con ella otras feroces, inquietas, bestiales y silvestres que no hacen sentido… Y, de pronto, me encuentro otra vez ahí: inquieto y sin reposo. Intentando apaciguar a los indomables. Perturbado, frenético, inmerso en una telaraña. Quiero sumar (multiplicar) y restar (dividir). Dejar en reposo al adjetivo nervioso.

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