lunes, octubre 08, 2018

alter | altĕra

«Je est un autre».

Rimbaud

Aquella noche me dijo: «Mientras pienso sobre mí, tú escribe sobre ti». Se pensó. Me escribí. Al poco tiempo, dejé de escribirme y empecé a escribirle; ella dejó de pensarse y comenzó a pensarme. Jugamos y –sin saberlo, tan sin querer, incrédulamente– nos difuminamos en el otro. Convivimos en la excelsa otredad: nos traspasábamos. No obstante, en aquel momento, no caímos en cuenta de que la aduana de la otredad era peligrosa… Entre más profundizábamos en el otro, parecía que nos alejábamos más. La realidad de descubrirnos era mucho más misteriosa de lo que llegamos a imaginarnos (escribirnos-pensarnos). No había marcha atrás. Al cruzar aquella frontera, uno –inexorablemente– se convierte en otro. Era demasiado tarde cuando lo supimos. No éramos el otro, sino otro. Muy poco tiempo después, nuestras miradas volvieron a cruzarse. Sonrió al verme y yo, a ella. También reímos, inocentemente y con un poco de nostalgia, porque recordamos que alguna vez fuimos el otro. Se acercó y me dijo: «Ya somos otros». Besó mi mejilla y se marchó con una cómplice sonrisa que colgaba de sus comisuras.

lunes, octubre 01, 2018

Singellus

Confieso, abiertamente, que hay muchas noches que echo en falta tu espalda pegada a mi pecho mientras dormías... ¿Por qué? Porque todo era extraordinariamente simple, bello y pacífico. También, sencillo; muchas tantas, incauto; además, ingenuamente delicioso; aún, natural; inclusive, espontáneo.  

jueves, mayo 17, 2018

Verum aut falsum

Mucho antes de que existiera el WhatsApp o el Telegram, por las noches, antes de dormir y durante el tiempo que duró el cortejo, Inma solía enviarle a Llibert un mensajito al móvil: un simple SMS.

-¿Qué haces, guapo?

La pregunta le parecía a Llibert curiosa y, en ocasiones, extrañamente incómoda, pues no estaba acostumbrado a dar información sobre su cotidianidad y, mucho menos, a recibir mensajitos de una hermosa y entusiasmada chica a la medianoche. Ciertamente, la neblina aumenta con el frío y la humedad de la noche. Pese a la sorpresiva pregunta, Llibert no se petrificaba. Su hipotálamo era el que se despertaba y deleitaba con aquellas palabras y, entonces, se activaba un misterioso deseo cuando pensaba en ella (sí, un apetito por saberle: ¡descubrirle mediante el juego!). Llibert no se resistía ante esa suculenta sensación que le revoloteaba aleteaba. Lo extraño era que, al responder el mensaje, él no reaccionaba con un ímpetu neardentálico. Por el contrario, él contestaba de una manera, quizá, más distante y sobria. Lo hacía absurdamente con un dejo parajódico...

-¿La verdad o la mentira?

Ella, atónita ante la respuesta, le pedía la verdad. Llibert, sencillamente, se constreñía a contestar:

-Yo leo.

Entonces, a Inma, se le despertaba la curiosidad de la mentira, así que se la solicitaba con ahínco...

-¿¡Y la mentira?!

-Yo, leo.

Inma después de recibir el último mensaje prefería no preguntar más: ella sólo buscaba un Estoy pensando en ti... En cambio, recibía, a su criterio, un par de palabras frías e inconexas. Él siguió respondiendo semejantemente un par de noches más. Ella seguía sin enterarse, así que dejó de preguntar y pasó de él. Se echaron de menos. De cualquier manera, Llibert estaba siendo sincero: él leía por la noches, es decir, la verdad era la verdad; y, sí, la mentira era mentira, puesto que él era sagitario. Tristemente, ella nunca reparó en la coma...