domingo, febrero 27, 2005

Septimāna: Dominĭcus (dies)

Parajódico domingo

El domingo es un día dedicado al Señor…
¡Sí!
¡Claro que sí!
Al Señor…
Al Señor Futbol.

Nota: En España y en Hispanoamérica, el domingo es el último día de la semana. En otros países –E.U.A., Inglaterra, Portugal, por citar unos ejemplos–, es el primer día de la semana. ¿Primer o último día de la semana? Todo depende del cristal con que se mira. Una simple percepción: unos empiezan, otros terminan descansando la semana.

sábado, febrero 26, 2005

Šabbāt: שבת

וישבות ביום השביעי
vaYshbot baYom haShevi'i
Génesis 2:2

El estiércol citadino comienza a diluirse pasada la mañana del sábado. Por un instante la vida en la metrópoli se detiene. Ya no fluyen los hidrocarburos. Paran los cláxones de corear las mentadas de madre. Los ensordecedores bullicios disfrazan su lujuria de tiernos rumores que invitan a la seducción. Las escuelas firman tratados de paz. Los peseros y los RTP hacen conciencia sobre el aumento poblacional, mágicamente se dividen. Los automóviles encuentran cobijo en los garajes. Los niños como cualquier otra tarde se idiotizan frente al televisor. El olor a taco de suadero de toda la Pejesiudá se disipa. Un extraño aire anestésico colma a la ciudad. Las arterias (viales y naturales) circulan cloroformo; las venas (los segundos pisos) regresan el narcótico. La tarde del sábado se torna en un monumento perfecto al ocio y al descanso.

viernes, febrero 11, 2005

Septimāna: Venerĭs (dies)

E.
E l.
E ll.
E ll a.
E ll a s.
Ellas. Ellas sueñan. Ellas sueñan con detallitos. Ellas sueñan con detallitos quiméricos. Ellas sueñan con detallitos quiméricos cada viernes. Ellas prefieren que sus ensueños estén rodeados de gatitos y brujitas en los tejados. Ellas prefieren las noches de luna llena. Ellas tienen ilusiones bordadas de Nerval y Huidobro. Ellas sólo viven amando sus sueños y cajitas. A Ellas… A Ellas les gustan las cajitas. Todas las cajitas –de madera, metal, papel, cartón…– les producen la misma sensación: deseo y sorpresa. Ellas desean que una noche de viernes llegue al pie de su ventana Él con una cajita entre las manos. Todos los viernes dejan entreabierta su ventanita y Ellas, mientras tejen ilusiones con gatitos por agujas, lunas por botones y brujitas por estambre, aguardan la llegada de Él con la sorpresita enredada en las manos. Él no llega. La primera adolescencia se va; la segunda, también. Ellas siguen esperando. Esperan. Lo hacen una y otra vez. Esperan. Eso hacen: esperar. Ellas esperan. Viven esperando. Dejan de hacer antesala a la muerte para darle la prioridad a Él. Los primeros viernes de espera están colmados de esperanza, los restantes diluyen con cloro el anhelo. Ellas siempre lo esperan y desean. Deterioran hormonas y neuronas recreando una y otra vez el encuentro con Él. ¿Cuántas veces? Ellas están marcadas por un número distinto… 111,114 viernes, tal vez o 114, quizá… Ellas cuelgan sus sueños con detallitos quiméricos en los tendederos de miles o cientos de viernes.
V i e r n e s.
V i e r n e.
V i e r n.
V i e r.
V i e.
V i.
V.

jueves, febrero 10, 2005

Septimāna: Iovis (dies)

Aprende de la gallardía y la altivez de los dioses. Busca cultivar tu cuerpo y mente con la sapiencia de los titiriteros del universo. Ejercita el poder y el dominio como lo haría el rey de los dioses: Júpiter. La textura y temple de Júpiter, el Dios-Rey, era dura, pero dúctil y maleable. Tus decisiones y sabiduría –como las de Júpiter– deben brillar tan intensamente como la plata –pero, su resplandor ha de ser modesto y no alarmante como el oro–. Toma decisiones como lo haría un rey en el tablero de ajedrez… Ve anticipadamente tu enroque y muévete sólo si es indispensable y no olvides una cosa siempre puedes caminar en varias direcciones –pero, sólo una casilla a la vez–. Sé un Dios-Rey en tu universo de blancas y negras. ¿Por qué no aprender de los dioses?


DRAE (Diccionario de la Real Academia Española):

dios.

(Del lat. deus).

1. m. Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo.

ORTOGR. Escr. con may. inicial.

2. m. Deidad a que dan o han dado culto las diversas religiones.


rey.

(Del lat. rex, regis).

1. m. Monarca o príncipe soberano de un reino.

2. m. Pieza principal del juego de ajedrez, la cual camina en todas direcciones, pero solo de una casa a otra contigua, excepto en el enroque.

miércoles, febrero 09, 2005

Septimāna: Mercŭri (dies)

Todos buscamos un día en el que permutemos nuestros sueños por realidades o al menos que nuestros polimorfos escenarios se tornen en una amorfa fantasía. ¿Pedimos milagritos, no? Siempre –al menos el mexicano promedio– las personas andan en busca del milagro. Muchos viven pasando los días sin percatarse de que hay un día de lucro y mercado libre. Dicen los rumores populares –vox populi, vox dei– que en los días en que se puede negociar cualquier mercancía y sin salir decepcionado es el miércoles.

Cita primera:

Mercurio, hijo de Júpiter y Maya, funge dentro de la mitología romana como el dios capaz de regir todos los sucesos y derivados relacionados con el comercio. Es, por decirlo vulgar y muy estúpidamente, el padre del capitalismo, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del mero-mero Adam Smith.

La cita segunda:

«No tengo ninguna idea de los negocios. Nada percibo de ellos. El comercio, aún el más lícito, me da vergüenza. Sé que esto es una tontería, una verdadera tontería, pero es la verdad: me da vergüenza. Antes yo compraba algunas cosas. Siempre resultaban mal. “Te robaron” –me decía mi mujer–. Ahora prefiero no comprar nada. Cuando vamos juntos a la tienda o al mercado, yo siempre me quedo fuera. Lo lamento; no puedo soportarlo. Sufro por el que vende y por el que compra. Me parece que aquél hace un esfuerzo para ponderar su mercancía; que tiene que vencer su modestia y su buen gusto por la necesidad de ganar algo más; y que el comprador tiene también que realizar un esfuerzo por ocultar su pobreza; toma entonces una anticipada postura altanera, para que el regateo parezca malicia y no miseria.» Josefina Vicens, El libro vacío, p. 54.

Y, otra cita, la última:

El Chino: Y, lo hizo por un bicoca, por unos pinches pesitos, caón. ¡No puedo creerlo! La neta.

El Pkita: Recuerda, Chino, recuerda. En este puto planeta, todos, óyelo bien y que te quede bien clarito y para que te des un quemón y después no te diga teloadvertí, todos ¡todos! tenemos un precio… ¿Cuál es el tuyo? Ponle ceros a la derecha a tu vida.

martes, febrero 08, 2005

Septimāna: Martis (dies)

Todos los martes tienen la gracia de soltar los vapores del hierro. Buscan, con el rocío matutino, hervir la sangre del guerrero con pólvora y azafrán. Al salir el sol tras la manta volcánica, los rayos –como saetas de oro– hieren los corazones de los hombres con el deseo –inquietante– de pelear y derrotar a aquello que parece imposible. Todos despertamos en cualquier martes con el tibio bisbiseo de guerra.

Detalle bélico: El 58% de las personas que son asesinadas conocían al agresor de antemano.

Más belicosidades: Cuando el león mata a otro animal –además de comérselo hasta el hartazgo– lo primero que busca degustar es el estómago –platillo preferido entre el mundo leonino–. Y, por si fuera poco, una vez que el Reydelaselva tiene la barriga llena, los últimos en probar la deliciosa presa son la hembra y los cachorros.

Una curiosidad: El martes pasado, durante el transcurso de la calurosa mañana, Ernesto Selvarey de León paseaba con su mejor amigo –y compañero (burócrata) de oficina– Yoryo Pérez por uno de los parques más bellos de la colonia condesa –El España–. Mientras caminaban y platicaban de trivialidades –la telenovela del momento, las actrices simuladoras de lolitas– y sueños guajiros –jugar pa´ la selección mexicana de futbol, sacarse el melate, la lotería, ser uno de los integrantes de los Temerarios o los Bukis, ser miembro activo de la fundación HundimosMéxico–, Ernie, como buscando alcanzar los sueños, dio un suspiro profundo y largo –aunque en realidad lo que intentaba era inhalar todo el oxígeno posible para disfrutar plenamente el paseo, ¿será dable en esta ciudad encontrar aire sano para nuestro cuerpo?–. Los pulmones, además de recibir su narcótica dosis de esmog, percibieron en el ambiente una extraña carga de hierro y pólvora. Un grito de guerra sacudió las venas de Ernesto. Inmediatamente, el Sr. Selvarey de León comenzó a atacar verbalmente a su único y verdadero amigo Yor Pérez, esto –quiero suponer– como consecuencia de la bocanada de pejesmog que inhaló. La agresión nace de un impulso. Con una enjundia desmedida, Ernie se dio el lujo artero y letal de recordarle a Yoryo lo naco que suena su nombre, lo infeliz, lo desgraciado y lo estúpida que era su vida conyugal –la esposa le permitía tocarla sólo una vez cada dos meses, si le iba bien, porque si no eran de cinco a seis meses de castración–, lo idiota que eran sus hijos en la escuela –ninguno de los dos (ni Píter ni Luis Miguel) habían podido sacar al menos un simple y sencillito siete en Deportes–, lo jodida y mediocre existencia laboral que llevaba –no había ascendido de puesto en 25 años de trabajo duro y constante–. En fin, escupió “n” cantidad de verborrea joditiva y chingativa hasta reducirlo a un simple pedazo de mierda, a un mojón frío y olvidado en un llano. Yor Pérez no se quiso quedar de brazos cruzados y respondió la agresión, por cierto, insuficiente para los dardos lingüísticos del buen Ernie. Cansado de no tener un rival verbal, Ernie levantó el puño izquierdo y lo estrelló en el ojo derecho de Pérez. Yor regresó la acometida con un par de puñetazos muy afeminados al estómago. ¿Qué pedo con Yoryo Pérez? Habilidad lingüística nula; fuerza física por debajo del cero. ¡Ni cómo ayudarle! Un tipo con tan poca voluntad y deseo en la vida es mejor ayudarlo a bien morir, pensó Ernesto. Selvarey de León sacó una navaja de bolsillo –una Macgyver´s classic– y comenzó a enterrarla una, dos, tres, seis, siete, diez veces en el blando y fofo abdomen de Yoryo. Gritos coagulados. Ahora asfixiados. Luego sigilosos. De angustia e incredulidad. Dolor. Dolor. Llanto. Un suspiro. Muerte. Misión cumplida. El licenciado Ernesto Selvarey de León había hecho la obra del día. No perpetró un crimen, no. Despojó de la tierra a un hombre que no reconocía la diferencia entre un lunes (de luna) y un martes (de guerra), a un ser sin ganas, a un sin sueños, a alguien sin… Su conciencia estaba tranquila. La selva del concreto podía descansar tranquila de este martes de hostilidades.

Por cierto: La lid le provocó tanto esfuerzo a Don Ernesto que hasta hambre le dio. No dudó, entonces, ni un instante en ir a refinarse un buen caldo de pancita, por supuesto, antes llamó a su esposa e hijos para invitarlos a comer hasta el hartazgo. La hermosa familia Selvarey De León tuvo, aquella tarde de martes, la barriga llena y el corazón, por ende, contento.

lunes, febrero 07, 2005

Septimāna: Lunae (dies)

Los lunes siempre están cargados de noticias –malas o buenas, pero, siempre están repletos los primeros días de la semana de aquellas astillas–. Cuidado. Mucho cuidado. No hay que hacer movimientos bruscos, grotescos o totales. Ni una sola suposición. Calla y observa. Mira y escucha con atención todas las notas que llegan a tu cabeza, porque si no estás bien preparado para recibir esos datillos puedes perderlo todo –astillarte irremediablemente–. De tontos y locos es esperar milagros en los días de luna. Lo único que tienes que hacer es disfrutar de la sensualidad de un lunes, déjate llevar, sólo flota, suspira, admira, como cuando ves pasar a la mujer de tus sueños. R E C U E R D A: son días de observar. La luna siempre trae revelaciones impactantes y sorprendentes, mantén tus ojos bien abiertos.

Hoy, tres noticias, una mala y dos buenas -¡Qué frase tan trillada!–.

La buena: La novia de mi primo “X” –mejor conocida como Luna– está perdida y locamente enamorada, quiere casarse, anhela una familia (bla, bla, bla, bla…).

La mala: De quien está obsesivamente enamorada y con quien quiere casarse es del hermano de “X” –mi otro primo–.

La buena: La familia está feliz –de cualquier modo tendrá una nueva, linda y encantadora miembro en ella (o al menos un bonito eclipse)–.

jueves, febrero 03, 2005

Peccātum

La playa. Suave brisa. El mar. Una ola, la siguiente. El rumor sensual del pacífico. Cielo despejado. Sol perfecto. Una revista. Dos cervezas bien frías. Un trago, el segundo. Refrescante. Cae la máscara. Libertad. La mente relajada. Ojos cerrados. Viaje nostálgico. Paseo por el recuerdo. Transgredir el presente. Palabras e imágenes en caos. Disonancia. Semántica perdida. Una tela negra. Todavía más obscura. Sueño. Sueño. Sueño. La hinchazón en la cara hace que mi conciencia vuelva -¿De dónde?, no lo sé, pero, vuelve-. Entreabro los ojos. Ahí está. Una linda y joven mujer juega con el mar y éste hábilmente la abraza y acaricia sin que ella se dé cuenta -como si fuera niña y el mar-niño (uno doctor; otro paciente) en un incipiente y lúdico actuar-. Quiero más libertad. Tercer y cuarto trago de cerveza. La máscara sigue cayendo -está por la arena-. Es -prácticamente- imposible alejar la vista de ella. Tierno rostro, cuerpo exacto -la geometría analítica comprobaría cualquier teoría en tales volúmenes-. Un esfuerzo severo y duro por no mirar, por no pensar, por no imaginar. Tomo la revista. Paseo mis ojos por las letras. Ningún artículo colma mi atención (sólo Ella). Todos insípidos (Ella donosa). Ávido de un jugoso texto, violentamente busco presuroso entre las hojas. Nada. Nada. Nada. Ella ya está nadando. Deja que su cuerpo flote. Necesito un texto. Ojos, letras, palabras, ojos. Ella, nada, flota, nada, ella, linda, bella, ella, nada, nada, juega, juega, mujer, sola, mujer. Más, más, más libertad. Quinto y profundo trago de cerveza. La ola atrapa la máscara. Otro intento para no ver. El Sol la baña y el mar la ilumina. Mis brazos son mar; mis ojos, Sol. La capturo por siempre. La necesito. La deseo. Necesidad. Añoranza. Un lugar. Un paraíso. De Sol, mar y cuerpo. Ella, brazos, ojos. Ya sueños, ya realidad. El pecado no está en pensarla, sino en alimentar mi fantasía. Último trago de cerveza. La máscara se hunde en una ola y otra. La libertad, la libertad...

martes, febrero 01, 2005

¿Db o db-d?

Los pequeños detalles pueden transformar tu vida. Por tal motivo, siempre hay que permanecer muy alerta y atento para cuando estas sorpresitas pasen delante de nuestros ojos, zumben por nuestros oídos o las sintamos en nuestras manos. Ser y estar conscientes en todo momento. Hacer de aquéllas unas peligrosas e importantes armas de vida. Hoy, quiero compartir una regla del buen hablar y escribir que bien empleada puede cambiar tu manera de percibir el entorno. Antes de soltar la teoría -todo el parloteo (lleno de conglomerados barrocos)- es preciso observar con d-e-t-e-n-i-m-i-e-n-t-o las siguientes oraciones...
Oración uno: Debes hacer tu tarea (o trabajo).
Oración dos: Debes de hacer tu tarea (o trabajo).
¿Hay alguna o varias diferencias? Estúpida parece la pregunta anterior. La respuesta es obvia: hay un "de" de más en la segunda oración. Pero, no me quiero referir a ello sustancialmente. Lo que quiero enfatizar en las dos oraciones anteriores es el cambio fuerte de significado que se deriva a partir de un simple y sencillito "de". Cuando el verbo deber (conjugado) no le precede la preposición "de" significa obligación.
Oración uno: Debes -es obligación (tejones porque no hay liebres)- hacer tu tarea (o trabajo).
Pero, si el "de" se le pega -como zancudo de playa a la piel- al verbo deber, éste adquiere un significado de duda (debería).
Oración dos: Debes de -podrías, deberías (mañanita o cuándo se dé el momento o las ganas)- hacer tu tarea (o trabajo).
De ahora en adelante mucha atención tendrás que poner en lo que la gente pide, escribe, habla o dice. Recuerda que si el jefe, el profesor, el padre, un tío, cualquier persona dice debes (solititito) es una obligación (ni pedo), pero, si le pone un "de" la cosa se pone muy relajada (digamos te da la posibilidad de que lo hagas o no).