miércoles, enero 12, 2005

Mi Godot

Estragon: (…) Vayámonos.
Vladimir: No podemos.
Estragon: ¿Por qué?
Vladimir: Esperamos a Godot.

Samuel Beckett,
«Esperando a Godot»

Me tocó esperar a Godot el domingo pasado por la mañana, la tarde y parte de la noche. ¿Godot? Godot puede ser cualquier persona. Pero, en este caso –muy particular– fue ella. La verdad no fue gracioso estar ahí –en silencio– esperando. El acto de esperar suele ser muy coqueto los primeros minutos –o, tal vez, en caso extremo la primera media hora–. En este lapso, es cierto, divagas de lo lindo por tus fantasías, sueñas con el qué pasará, con lo bonito que será ese encuentro, con los diálogos perfectos, con el soundtrack que habría de tocarse de fondo si aquello fuese una película romántica, con el cruce de las miradas, con las sonrisas, con lo perfecto que embonarán las manos, con los besos (si hay un poco de suerte y astucia), con los suspiros, con un sinfín de clichés rosas. Y, mientras cabildeas por todas esas imágenes, parece que la espera bien vale la pena. Pero, después de pasado el límite fronterizo de los 1800 segundos bañados en perfume, los minutos que siguen a este tiempo de espera se acumulan como colesterol (¿cómo estiércol?) en las venas y arterias. Todo a un paso del paro cardiaco. Estallas. El trastorno comienza y la espera se hace insoportable. Lo más peligroso de esperar son los momentos de caos o de trastorno que nacen como una macabra locura. El síntoma principal de que la enfermedad comienza a invadirte es la alteración de tu estado de ánimo –de la inmensa alegría y euforia pasas a una melancolía, tristeza, angustia y frustración–. Así sucedió… Me senté a esperar a Godot albergando una extraña esperanza de que tarde o temprano todo me llenara de alegría. Pero, esa ilusión se diluyó –de forma feroz– en la medida en que me acerqué –con la ayuda de los segundos, minutos y horas– a la letra “p” de la palabra plantón. Llegué a formar la palabra completita –con todo y acento–: P – L – A – N – T – Ó – N.

Vladimir: ¿Es la primera vez que vienes?
Muchacho: Sí, señor.
(Silencio)
Vladimir: De parte del señor Godot.
Muchacho: Sí, señor.
Vladimir: ¿No vendrá esta noche?
Muchacho: No, señor.
Vladimir: Pero, vendrá mañana.
Muchacho: Sí, señor.
Vladimir: Seguro.
Muchacho: Sí, señor.
(Silencio)

Samuel Beckett,
«Esperando a Godot»


Mi locura.
Mañana –como lo he venido haciendo– seguiré esperando a mi Godot.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vivir es esperar. Nacemos para esperar la muerte. En principio, el amor parece ser el origen de todas las cosas, ya luego, todo se diluye y el tiempo se escurre. Hay un libro que acabo de leer que me encantó: "La flecha del tiempo", por que más que todo, más que la historia y los personajes y el amor-enfermedad, una flecha atraviesa todo en sentido contrario: con la punta hacia dentro. Y uno se la pasa así, esperando que la flecha caiga, que atine al blanco, que azarosamente... Te pierda. I.S.

Anónimo dijo...

La incertidumbre de lo que ya no fue...

Esperar en Silencio...El Silencio mata y también invade, no sólo la espera!
Godot también se quedó esperando pues nunca escuchó. Necesitaba escuchar para saber que el muchacho esperaría, y al lado de Vladimir!!!
Y ahora ¿qué es lo que pasa cuando juntas el Silencio y la Espera ¿Vladimir?
....
La Ilusión (¿)desapareció(?)
Anónimo N.V.

p.d.Godot prefiere dejar esperando antes que dejar lastimado a un muchacho que tanto ha estimado!