No hubo resistencia ni fuerza; sólo, deseo y ternura. Simplemente ella entreabrió sus labios. Él la besó. Ella no se contuvo. Hace mucho tiempo que no besaban con esa pasión y entrega. Nadie quería detenerse. Los dos lo necesitaban. Se disfrutaban. De repente dentro de ellos empezó a circular una filigrana estúpida de conciencia. "¡Mi esposo!", ella. "¡Estoy casado!", él. Los pensamientos caóticos continuaron; los besos y las caricias, también. Sus labios se separaron para tomar un poco de aire. Se miraron profundamente a los ojos. En ese instante, cayeron -como telón- sólida y concretamente las principales razones y los justos motivos...
- Curiosidad. ¿Cómo ama, sueña, vive, etc.? Quiero saber.
- Aburrimiento. Estoy cansado del arroz, de los gritos, de los lloriqueos... La costumbre.
- Vengaza. Dejó de estar, soñar y vivir conmigo.
- Peligro. A nadie cae mal un poco de adrenalina.
- Vanidad y orgullo. Me siento más joven, bell@, atractiv@.
- Consejo. Me lo dijo mi mejor amigo.
- Porque sí.
¿Bien o mal? No importa. Además, eso es sencillamente un asunto de la percepción. Ellos renacieron. Ella y él volvieron a sentir abejitas y florecitas. Regresó a sus corazones la esperanza. Suspiraron dos veces. No se dijeron nada. Ellos siguieron besándose...